Se puede volar sin alas podría ser la historia de muchos emigrantes cubanos que abandonan su país en busca de un futuro mejor, pero es la historia de Arely: una mujer valiente y trabajadora que supo entender lo que pasaba a su alrededor y puso tierra de por medio sin abandonar jamás sus raíces y convicciones.
Bienvenidos a una vida real, con sus idas y venidas, que nos embaucará y abrirá los ojos a una realidad tapada y poco conocida.
Arely Rivero nació después de finalizada la Segunda Guerra Mundial en la mayor y más desarrollada isla de Las Antillas en el mar Caribe en ese entonces: Cuba.
Hija única de una familia cristiana y trabajadora, de ancestros canarios, disfrutó de una infancia feliz y aprendió el valor de la verdad, el respeto, la honradez, la gratitud, el perdón y el amor, entre otros principios o virtudes no menos importantes.
Fue una activa revolucionaria desde sus recién cumplidos 12 años al triunfo de la Revolución cubana del 1 de enero de 1959. De creencias religiosas desde su niñez, se fue apartando paulatinamente hasta considerarse atea durante muchos años.
Creyó ciegamente en las promesas de la Revolución, del sistema socialista y de sus primeros líderes. Atravesó un proceso de intenso trabajo como médico por su pasión: la salud y el bienestar de los niños, pero lenta y progresivamente fue dudando de la efectividad del sistema, de las medidas utilizadas y de las explicaciones de sus fracasos.
Rescató en silencio sus creencias y a su Dios, que nunca la abandonó, y se lanzó, con casi 50 años, ya en su tercer matrimonio, a la aventura incierta del emigrante que entre adversidades y logros aquí comparte con ustedes.
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